Bendita Constitución

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En tiempos de revocación, de mecanismos hechizos de participación directa destinados a confeccionar las urnas como el último recurso de popularidad: “el cuarto de máquinas” de la Constitución ha reaccionado con sobrada vehemencia frente la emergencia de una autocracia tropical que crece, cual hierva mala, en aquella extraña región que algunos llaman con exceso de fervor: “la cuarta transformación”.

Para muestra un simple ejemplo. En plena semana santa estamos a punto de iniciar el novenario de la llamada Ley Bartlett pues, a pesar de las docenas de parlamentos abiertos que en la práctica sólo han sido oportunidades para que figuras morenistas de bajo perfil arenguen plazas frente a un populacho tan adoctrinado como precarizado; Andrés Manuel, con todo el arrojo de su popularidad, no logrará su cometido antidemocrático: publicar en el Diario Oficial de la Federación su reforma eléctrica sin que el Congreso haya sido capaz de quitarle una sola coma a su iniciativa presidencial. ¿La razón? Morena y sus aliados en San Lázaro están muy por debajo de las 2/3 partes que necesitan para una impulsar un reforma constitucional y salir ganando.

¿Buscamos más ejemplos? La ocurrencia del ungido de Macuspana, de fortalecer la Comisión Federal de Electricidad (CFE) en detrimento de inversiones extranjeras y energías limpias, también está muerta y no precisamente por la integridad ideológica de la miserable partidocracia que hace la función de oposición en México, sino porque el encono de la clase media durante la pandemia se expresó en las elecciones intermedias de 2021, agravado por la incapacidad de Morena de traducir padrones de beneficiarios en carteras de movilización electoral, arrebatándole al inquilino de Palacio Nacional el control de San Lázaro. Desde entonces cada Mañanera ha reaccionado, en mayor o menor medida, en torno a esa tragedia cuatroteísta.

Desde esta óptica tampoco es casualidad la embestida de Andrés Manuel contra el INE a través de una reforma que pretende la eliminación de los plurinominales –ese es un extraño destello de lucidez- junto con elecciones populares de consejeros y magistrados electorales. ¿Por qué no cancelar de una buena vez el presupuesto público de los partidos políticos?, ¿qué necesidad tenemos los contribuyentes de sufragar estructuras clientelares y máquinas de lavado de dinero impune e inocultable? La tragedia ya se volvió tragicomedia: por más llamados que haga López Obrador al PRI, “para sumarse al lado correcto de la historia”, la reforma electoral está más muerta que el futuro político de los Monreal.

¿Un último ejemplo? La SCJN acaba de dar un manotazo en la mesa de la Ley Federal de Austeridad Republicana sentenciando que la flexibilidad en las normas presupuestarias “no puede llegar al extremo de que la Cámara de Diputados renuncie a su facultad exclusiva de determinar el destino y el monto del gasto público federal, delegando esa facultad en el Ejecutivo, pues con ello frustra la función que la Constitución le atribuye en exclusiva: ejercer un control democrático efectivo sobre el gasto público federal”. Como diría la parodia del imitador de Alex Lora: “todo le sale mal”. Bendita Constitución.

Por Enrique Huerta