La Consagración del 8M

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Por Enrique Huerta

“La tradición de los oprimidos nos enseña que el estado de excepción en que ahora vivimos es en verdad la regla. Promover el verdadero estado de excepción se nos presentará como tarea nuestra, lo que mejorará nuestra posición en la lucha contra el fascismo”: Walter Benjamin

El 8 de marzo el miedo cambia de bando: gritos, pintas, protestas, pancartas, historias, banderas y consignas enarbolan la lucha feminista; indignadas, beligerantes, las mujeres de todas las edades marchan sin concesiones: toman por asalto los monumentos del oficialismo, tumban las vallas del patriarcado, convierten las bardas en un memorial de dolor y flores, eligen nombres de víctimas y activistas para las calles de sus combates, y hasta redecoran atrios y fuentes sin olvidarse de hacer una fogata sin bombones.

El problema viene con el alba: la república decadente se reinstaura, la demagogia resulta ilesa, el aparato de propaganda funciona sin pretensiones, las fuerzas del orden optan por la simulación de costumbre mientras la procuración de justicia se hunde en un mar de investigaciones con escasas consignaciones.

¿Qué queda de la rebelión de las mujeres? Las pintas, los tweets, los reportajes, las columnas y las historias de Instagram; el problema está en que todas esas cosas caducan en 24 horas y la indignación de los colectivos ha sido incapaz de generar estructuras de solidaridad y promover un movimiento de resistencia organizada permanente. No cabe duda que la tragedia de este país es profunda: la única oposición real a la miserable partidocracia nacional no es capaz de superar una jornada de espectáculos a pesar de que acumulan en su memoria 969 feminicidios en el último año, décadas de agravios y siglos de patriarcado.

El 9 de marzo ya es parte del ritual, comienza sin ellas. Un puñado de mujeres asalariadas, no precisamente privilegiadas, abandonan la vida productiva mientras otras, mucho más precarizadas, no pueden sumarse a la tendencia desde el campo, la maquila, el tianguis, el hogar y la central de abasto. Desde luego nunca ha sido su productividad su pase de ingreso a la carta de derechos, sino su simple pertenencia a la condición humana; aunque es obvio, ningún colectivo lo ha aclarado. El día transcurre con la esquizofrenia de costumbre: Palacio Nacional no baja de “provocadoras” a las feministas, defiende el muro de la represión a pesar de los arrestos arbitrarios en el Metro Hidalgo, de las ofensivas tácticas disuasivas y de los gases lacrimógenos de los granaderos; en una palabra, defiende el estado de sitio en el que convirtió por 48 horas la Plaza de la Constitución.

Llega el 10 de marzo. Desgraciadamente el miedo regresa al bando de costumbre, desde los tocamientos lascivos en el transporte público hasta la violencia política de género provocada por el respaldo del sujeto que promovió la Cartilla Moral de Alfonso Reyes a un presunto violador que irremediablemente será candidato a gobernador. ¿Se atreverán los colectivos a abandonar el efímero espectáculo de la protesta para promover, como recomendaba Benjamin, un verdadero estado de excepción que mejorará su posición en la lucha contra el fascismo patriarcal?

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