¿Discrepancia Estadística?

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En mi columna de ContraRéplica Puebla, publicada el 19 de enero pasado, le hacía una pregunta que una vez más pongo sobre la mesa:

“¿Cuál será el monto del acmé durante esta cuarta ola de la pandemia? Lejos del número real de la incidencia; en esta ocasión Salud federal sólo podrá registrar la cantidad de pruebas máximas que laboratorios públicos y privados sean capaces de elaborar y notificar; el promedio de las proyecciones oscila entre 65 y 75 mil contagios en el lapso de una jornada infecciosa”.

El famoso acmé, es decir el pico más alto de contagios de esta 4ta ola de Covid-19, se registró exactamente hace 15 días llegando a las 60 mil 552 pruebas positivas en 24 horas, aparentemente por debajo del intervalo menor de la estimación proyectada.

Desde entonces, hemos experimentado una desaceleración –que no es lo mismo a asegurar que existe “un descenso sostenido”– en la incidencia y, sin embargo, existen aumentos significativos en la tasa de positividad –59.68 por ciento en las últimas cuatro semanas–, así como en los fallecimientos registrados –829 únicamente durante el 1ª de febrero–.

¿A qué se debe esta “discrepancia estadística”? Justo como se lo advertí en aquella columna de mediados de enero: a que están ocurriendo más contagios por jornada de aquellos que el sistema es capaz de comprobar y registrar.

México, a punto de cumplir 24 meses en la vorágine de una pandemia interminable, ya acumula en cifras oficiales 5 millones de contagios de Covid-19. Si los datos oficiales son alarmantes; la incidencia real junto con la verdadera tasa de letalidad resultan escalofriantes, bastaría con revisar las pruebas pendientes de diagnóstico acumuladas a lo largo de la crisis sanitaria para darnos una idea del tamaño del ocultamiento: 10 por ciento del total de casos positivos siguen “en espera de resultado”, 543 mil 162 para ser precisos –al corte del 1º de febrero–.

Para acabarla de amolar, usted y yo vivimos en Puebla: el municipio que ocupa el quinto sitio a nivel nacional con mayor número de contagios acumulados, sólo después de las alcaldías de Iztapalapa, Álvaro Obregón, Gustavo Madero y Tlalpan; mientras que en materia de fallecimientos, la capital se sitúa en el vergonzoso segundo lugar nacional, muy por encima de ciudades de mayor densidad demográfica.

¿Cuántos enfermos, cuántas muertes tienen que registrarse para que gobierno y sociedad dejen de minimizar la variante Ómicron, al grado de compararla con “una gripe muy fuerte” que, para mala fortuna de todos, es la razón detrás de los fallecimientos que ningún catarro sería capaz de lograr?

Por Enrique Huerta