El juicio de Gatell

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Por Enrique Huerta

Invité a Hugo López Gatell —a Washington—por dos razones:
primero porque él está encargado del programa de combate al Covid-19 (…);
pero la otra razón fue también para reconocerle por su trabajo y por la forma en que ha resistido todos los embates, porque cuidado que lo han atacado (…).
Les produce mucho enojo a los reaccionarios, a los del bloque conservador”.
Andrés Manuel López Obrador

¿Realmente son infundados cada uno de los ataques y señalamientos contra Hugo López Gatell, mejor conocido en redes sociales como el insufrible “Dr. Muerte”? ¿Una de las tasas de letalidad más elevadas del mundo en materia de Covid-19 hacen del “responsable de la estrategia” una imagen decorosa del Gobierno de México frente al mundo? ¿Qué está detrás de la inexplicable defensa del presidente López Obrador al subsecretario López Gatell?

Se trata de tres preguntas necesarias con respuestas absolutamente evidentes: más allá de “los conservadores”, “los reaccionarios”, “los medios que perdieron sus privilegios” y resto del elenco imaginario que cada mañana hacen un round de sombra en Palacio Nacional; la comunidad científica de este país, a lo largo de veintiún meses de pandemia, ha externado su preocupación en repetidas ocasiones por el exceso de mortalidad asociado a Covid-19 que ya suman más de 600 mil decesos lamentables. ¿Cuántas lápidas eran inevitables? Y más aún, ¿cuántas vidas se hubieran salvado con mejores decisiones en el marco de una estrategia que no fuera señalada, con exceso de pruebas, como negligente o abiertamente criminal?

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El juicio penal de Gatell será un proceso pendiente e improrrogable para la historia del tiempo presente, ocurrirá inevitablemente, tarde o temprano; y eso lo sabe perfectamente el Ejecutivo pues al proteger la patética figura del Dr. Muerte cuida también su retaguardia por el simple hecho de que durante la crisis sanitaria sólo el Jefe de Estado —López Obrador en este caso— pudo ponerle un alto al propagandismo manifiesto de un funcionario que desafió las reglas más elementales de la bioética jugando con la vida de los mexicanos. Dejemos a un lado la banalidad de su discurso, lo escandalosamente errado de sus proyecciones estadísticas, las más de 36 millones de dosis de la vacuna que fueron adquiridas pero que nadie encuentra, su combate abierto al uso del cubrebocas o su absurda negativa a la vacunación de los menores con o sin comorbilidades; frente a la idiotez de la autocracia, nada mejor que la tiranía de la tecnocracia: la cifra de trabajadores de la salud fallecidos por Covid-19 en México supera en más del 140 por ciento la incidencia registrada en Estados Unidos, el país más afectado por la pandemia a nivel internacional; si lo colocamos en perspectiva la proporción es escalofriante: en México se ha registrado un deceso por cada 59 infectados mientras que en EUA la proporción equivale a un fallecimiento por cada 304 trabajadores contagiados—datos del Centro de Control y Prevención de Enfermedades de EUA, con corte a julio 2021—.

Quizá la traductora de la que dependió el presidente López Obrador para moverse entre hombres de lenguas extrañas para un oriundo de Macuspana que jamás quiso aprender la lengua de Shakespeare, haya cometido un acto de irreverente veracidad, y quizá, sólo quizá haya dicho en la presentación de Gatell a Justin Trudeau: “let me introduce you to the most loyal and stupid of my employees”.