Grandes Esperanzas

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Por Enrique Huerta

La consulta popular no resultó tan popular, y eso para nadie fue un secreto. En la edición de Diario ContraRéplica del pasado 28 de julio le preguntaba lo siguiente:

“¿Qué provocarán los seis –quizá diez- millones de electores que sí acudirán a las urnas de la consulta? La carcajada de los expresidentes. ¿Qué otra reacción podrían desatar después del descaro de un país que se atreve a montar un espectáculo de su propia impunidad?”

Desde la patria de los agravios y con las miradas llena de esperanza, el núcleo duro del lopezobradorismo acudió puntual a la cita con la democracia, para ellos el ejercicio no fue ningún montaje y mucho menos una parodia; por el contrario, esos eran los argumentos de “los conservadores”, de los adversarios del presidente que, en la transubstanciación más generosa de la historia, han convertido en sus enemigos personales. Orgullosos, serenos y llenos de dignidad seis millones y medio de ciudadanos –el 7.11 por ciento del listado nominal– salieron a ajustar cuentas con el pasado, satisfechos del deber cumplido regresaron a sus hogares para refugiarse en la indignación de costumbre.

¿Qué quieren esos mexicanos? Todo. ¿Qué les han dado a cambio de su lealtad ciega? Grandes esperanzas. A pesar del presupuesto millonario de la Sedena, con una partida reciente de 50 mmdp para la Guardia Nacional, ninguno de los votantes del domingo pasado vive en un país más seguro que hace tres años: en los primeros 30 meses del sexenio de López Obrador el sistema de justicia ha dado cuenta de más 72 mil carpetas de investigación por homicidio doloso –cifra 74 y 138 por ciento superior, durante el mismo periodo, a los sexenios de Peña Nieto y Felipe Calderón respectivamente-. Como es de dominio público la impunidad es obscena en casi dos terceras partes de ese inmenso universo delictivo, ¿a causa de los gobiernos anteriores?, más bien por obra y gracia de los recortes presupuestales y el déficit de personal en materia de procuración de justicia. Todo sea por la tierra prometida de Dos Bocas, el Tren Maya y Santa Lucía, como dicen todas las mañanas.

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Y sin embargo, a pesar de la cruda realidad, en un acto de radicalismo teológico sin precedentes 6 millones y medio de mexicanos salieron a las urnas con la frente muy en alto a transferir la culpabilidad de los problemas del presente a los presuntos criminales del pasado, confiando ciegamente en que un “fiscal florero” y un país sin Estado de Derecho y desgarrado por el crimen organizado pueda, en un arrojo de valentía transformadora, juzgar a los que aún no se hacen responsables por el cúmulo de muertos y desapariciones forzadas de sexenios criminales. Ahora bien, después de todo lo que le he contado, dígame sinceramente si lo que vimos este domingo fue un acto de democracia participativa o de enternecedora inocencia.