Por Enrique Huerta
La democracia se aprende y se transmite, cada sufragio es una prueba de laboratorio donde los electores ensayan, entre emociones y razones, la ecuación política de su conveniencia. Los últimos tres años han sido de un aprendizaje intenso y el contexto no es para menos: más de 600 mil muertos reales a causa del Covid-19; cerca de 9.8 millones de mexicanos que se sumaron a las filas de la pobreza; de los 12 millones de empleos perdidos durante la pandemia sólo se han recuperado 10.6 millones con salarios precarizados y con prestaciones francamente inciertas; para colmo de males la inflación, que siempre ataca a los más necesitados, ronda el 4.58 por ciento, la cifra más alta registrada en los últimos 12 meses; en materia de inseguridad ni hablamos, marzo pasado fue el mes más violento para las mujeres en los últimos seis años, en sólo treinta y un días se levantaron 92 carpetas de investigación por feminicidio y 267 por homicidio doloso, desde luego la impunidad es escandalosa porque la cifra real es tres veces superior a ese monto.
¿Le seguimos? No me alcanzaría la columna para ir sumando cada una de las locuras del Jefe Máximo de la 4T que estuvieron en los ánimos del electorado al momento de emitir su sufragio: la tomada de pelo en torno “al canto de Lozoya”; la exoneración del Gral. Cienfuegos mientras los padres de los normalistas siguen buscando a los 43; la trama del “ministro carnal” protagonizada por Arturo Zaldívar; el ridículo al que ha sido rebajada la FGR frente al caso Cabeza de Vaca; la frialdad presidencial frente a las víctimas de la Línea 12 del Metro y la dilación gubernamental para perseguir las corruptelas cometidas por los gobiernos del pasado que casualmente son de izquierda; por no hablar del montaje “golpista” presentado en “el programa humorístico número uno de la televisión mexicana” -La Mañanera-, mientras tuvieron el descaro de pedir fiadas vacunas a Joe Biden y Marcelo, presuroso, llevaba a la tintorería su mejor traje para recibir con la sumisión de los gobiernos anteriores a Kamala Harris.
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En esta borrachera coyuntural los mexicanos asistimos a la urnas, y era obvio para cualquiera –excepto para la secta de Andrés Manuel- que la clase media saldría despavorida a corregir el error político que cometió en 2018: nos tomó más de cuarenta años de cambios políticos democráticos comprender que ningún Ejecutivo, y mucho menos este desquiciado, debe tener el control del Congreso de la Unión. Este 2021 Morena llegará a San Lázaro con cerca de 197 curules, 59 menos que en 2018; el PT, una fuerza incondicional de Palacio Nacional, sólo tendrá ocho legisladores menos que hace tres años; mientras que el PVEM consiguió 33 diputados fifís más que aquella mañana en la que López Obrador tomó posesión del Ejecutivo. ¿Dónde habrá quedado el 60 por ciento de aprobación presidencial y esos 30 millones de votantes como para que Andrés Manuel tenga que rebajarse a los caprichos de un tucán embustero y miserable para seguir manteniendo en el presupuesto a Dos Bocas, el Tren Maya, Santa Lucía, junto con el despilfarro asistencialista a jóvenes y adultos mayores que claramente ha resultado incapaz para corregir la desigualdad nacional? Pobre AMLO: tan lejos de la transformación y tan cerca del Niño Verde.