La fábrica de la democracia

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Por Enrique Huerta

La miserable partidocracia nacional es un sector esencial en tiempos de pandemia. Las urnas, esas cajas sin pandora de la elección pública, están blindadas frente a la amenaza de un paro de línea; no importa que durante 2020 en este país se hayan perdido 12 millones de empleos –datos del IMSS, INEGI y Banco de México-, en diciembre pasado el Congreso de la Unión reservó más de 7 mil millones de pesos para que las oligarquías de los diversos institutos políticos pudieran contender por cargos de representación pública federal; ¿y qué fue lo que hicieron los actores políticos interesados de estas nobles y democráticas instituciones? Lo único que saben hacer: abrirles los brazos al presupuesto sin importar que el porcentaje de mexicanos presas de la pobreza y de la pobreza extrema hayan pasado del 53 al 66.9 por ciento de la población total –según la CEPAL-.

Desde luego no han faltado baños de pureza: la oposición denuncia la negligencia genocida con la que se ha combatido el Covid-19 en México, y sus palabras cobran sentido con más de 300 mil muertos oficialmente reconocidos en trece meses de pandemia; en su defensa, el partido de la renovación moral, el mismo que por inmoralidad tiene muchas de sus instalaciones convertidas en una suerte de “casas del militante indignado”, han promocionado donaciones –que por ley están impedidos en realizar- y hasta han hecho proselitismo con más 9 millones de dosis distribuidas en territorio nacional. No obstante, a pesar del desgarre de vestiduras de unos y dignidad prefabricada de los otros: todos son unos hipócritas. ¿O cómo llamaría usted al hecho de que el gasto público federal proyectado para el sector salud este 2021, y votado por diputados y senadores de partidos políticos de derecha y de izquierda, apenas esté por encima del crecimiento de la población, lo que significa que en términos per cápita sea insuficiente? Acabo de darle una razón estructural detrás de las protestas de trabajadores de instituciones públicas y privadas que a más de tres meses de haber iniciado la Campaña Nacional de Vacunación aún tienen que exigir la protección frente al coronavirus que por honor y por derecho les corresponde.

Lo cierto es que bajo la mecánica de la decadencia las máquinas partidistas operan a la manera de un “decorado superfluo, inútil e incluso vergonzoso, como si alguien hubiera pintado con llamas rojas los radiadores de una moderna calefacción produciendo la ilusión de que están al rojo vivo” -Carl Schmitt- y, sin embargo, sin los engranes de la partidocracia esa fábrica sería incapaz de producir lo único que justifica su existencia: el espectáculo de las ilusiones que sólo es posible entre la miseria de los templetes de las campañas; así como la justificación de los errores cometidos en el presente por los gobiernos de los partidos del pasado, sobre todo cuando una fracción por el favor de los sufragios se convierte en institución de gobierno. Menudo numerito hablar de democracia en un país presa de un militarismo burocrático empoderado por una autocracia singular, ¿no le parece?

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