La Fiesta

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Por Enrique Huerta

“Hay los que tienen miedo y los que no lo tienen.

Pero los más numerosos son los que todavía

no han tenido tiempo de tenerlo”

Albert Camus

Olvidemos por un momento los innumerables vicios, pifias y absurdos cometidos durante el manejo de la crisis sanitaria; hagamos a un lado la sospecha, cada vez más fundada, sobre el hecho de que Palacio Nacional no está interesado en contener la pandemia; dejemos a un lado el precoz optimismo que motiva una campaña de vacunación que, una vez iniciada por el gobierno de México, tardaría medio año en lograr una cobertura exitosa que permita contener eficazmente la escalada de contagios entre los ciudadanos; dejemos por un instante el reclamo de la OMS y todo el desbarajuste que ha llevado a reconocer un millón 356 mil 344 casos acumulados y 105 mil 940 defunciones por Covid-19; y finalmente dejemos en paz las otras 217 mil 989 muertes sospechosas que oficialmente se han contabilizado. Insisto, por esta ocasión abordemos la tragedia de nuestro tiempo desde una óptica distinta:

¿Cuál es nuestra responsabilidad personal en una pandemia? Hace más de medio siglo Hannah Arendt reflexionó sobre la biopolítica del nacionalsocialismo alemán y llegó a una conclusión muy útil para nuestros propósitos: “no existe en lo absoluto la culpabilidad colectiva ni la inocencia colectiva; sólo tiene sentido hablar de culpabilidad y de inocencia en relación con individuos”. Entonces, ¿por qué en México escuchamos todo lo contrario: que “todos somos culpables”? La razón resulta mucho más escalofriante que la conversión del sistema de salud en una inmensa fábrica de cadáveres: “el pueblo bueno”, al atreverse a normalizar la anomia de las muertes sistemáticas por Covid-19 –justo como ocurrió con los feminicidios y los homicidios relacionados con el crimen organizado-, no sólo dispensó de responsabilidad política a su amado gobierno, sino que se exoneró a sí mismo pues, en definitiva, “donde todos somos culpables, nadie lo es”.

Quizá la cuestión debió ser planteada de manera más precisa: ¿por qué no resistimos la pregunta: cuál es mi responsabilidad personal frente a un millón de contagios en México? Independientemente de la culpabilidad o inocencia que cada uno de nosotros tenga; se requiere conciencia –una conexión conmigo a través de los otros-, es decir sentido del prójimo y de la comunidad para siquiera poder plantear el problema; mientras que para resolverlo debemos estar predispuestos a la autocrítica, proeza imposible donde la fiesta del consumo ha hecho de las aspiraciones de los hombres su propio imperio.

¿Será por eso que lo único que vemos en las calles, como advertía Camus, sea el miedo de unos cuantos frente una inmensa mayoría de indolentes que por su miseria o hedonismo aún no ha tenido tiempo de tenerlo?