Los presidentes en México siempre han sido populares. No obstante, López Obrador merece mención aparte por el simple hecho de que en la recta final de su sexenio, y siguiendo los datos de Consulta Mitofsky, mantiene el 60.5 por ciento de aprobación popular según el reporte de enero pasado.
La cifra es descomunal considerando una inflación subyacente incapaz de contraerse, y que en consecuencia ha minado el poder adquisitivo de millones de mexicanos; el porcentaje es demencial si recordamos que existe un desabasto generalizado de medicamentos que no sólo ha precarizado la salud de los sectores más necesitados, sino reducido la esperanza de vida de millones de mexicanos; la cifra resulta inverosímil debido a que la bandera del sexenio, “purificar la vida pública de México”, es una fantasía en un país de sinvergüenzas, plagado de impunidad y sin seguridad pública.
Entonces, ¿por qué López Obrador es tan popular? La simple pregunta echa por tierra la existencia del votante racional en México y, desde mi punto de vista, sólo la antropología social puede responderla. No es obra de la casualidad que las corcholatas oficialistas, cual sanguijuelas sobre el cuerpo vivo del soberano, se enquisten en la popularidad presidencial para, a través del contagio del ejemplo, obtener el fervor del pueblo.
No obstante los datos del último informe de Mitofsky no dejan de ser reveladores. A siete meses del inicio formal del proceso electoral federal 2023-2024, la alianza Va por México cuenta con el 25.2 por ciento de intención del voto, es decir, sólo 7 puntos por debajo Morena y sus aliados. ¿Por qué la descomunal popularidad presidencial no se traduce en preferencia electoral? Quizá porque los lazos sociales –como decía el buen Freud– son libidinales y, la libido, las pulsiones que el pueblo bueno y sabio experimenta por López Obrador no son transferibles a ninguna corcholata posible.
Qué mejor prueba de esto último que el posicionamiento de Claudia Sheinbaum. A pesar de todos los espectaculares, de la intensiva cobertura mediática, del halo protector presidencial y del proselitismo anticipado en formato de conferencia a lo largo y ancho del país; el 29.2 por ciento de los encuestados por Mitofsky en diciembre de 2022, días antes de la tragedia del metro La Raza, “aseguró no conocer” a la jefa de Gobierno de la Ciudad de México. En definitiva, la libido que despierta AMLO en lo profundo de las conciencias del votante mexicano es intransferible.
El último dato que me parece digno de consideración consiste en el crecimiento sostenido del “conocimiento”, por parte del electorado, del secretario de Gobernación Adán Augusto López.
En junio de 2022 registraba sólo el 24 por ciento mientras que, en diciembre del año pasado, la cifra creció hasta llegar al 42.8 por ciento. ¿A qué se debe el meteórico asenso? No se explica por el protagonismo que recientemente ha adquirido como cabildero de las reformas estructurales de la Sedena y la 4T, sino porque tiene la sangre el caudillo en las venas, y eso, cuando se habla de afectos, sin duda cuenta.
Por Enrique Huerta