Se dice con razón que se mide la estatura moral de un gobierno cuando enfrena una crisis. Desafortunadamente los efectos devastadores del huracán ‘Otis’ permanecerán como una herida abierta para Andrés Manuel López Obrador y su Cuarta Transformación.
Al filo de las 20:25 horas, del pasado 24 de octubre, a cuatro horas de que el huracán golpeara las costas de Acapulco, el presidente de México alcanzó a postear en sus redes sociales:
«Atento aviso a toda la población de la Costa Grande de Guerrero. De acuerdo con la información disponible se pronostica que el huracán ‘Otis’ entrará en territorio con categoría 5 entre Acapulco y Tecpan de Galeana de las 4 a las 6 de la mañana».
Ya era demasiado tarde para entonces, a esa hora en la zona costera las ráfagas de viento eran superiores a los 150 kilómetros por hora; el mandatario desaprovechó la oportunidad de advertir a la población en su gustado reality show de ‘La Mañanera’. Doce horas antes del posteo, Andrés Manuel estaba enfrascado en un pleito casado con el Poder Judicial de la Federación. Ni en Tecpan, ni mucho menos en Acapulco se activó el Plan DNIII-3, no hubo evacuaciones y ‘Otis’ sorprendió a los acapulqueños cuál “animalitos de bosque” a las cero horas con 25 minutos del día 25.
A las 7 horas la infodemia presidencial hizo sitio en ‘La Mañanera’: “sí se avisó con tiempo”, decía López Obrador. Repetía con vehemencia obscena la frase, quizá con el firme propósito de hacerla realidad por el simple hecho de pronunciarla. Lo cierto fue que el Gobierno de México no alertó a nadie y, sin embargo, sí fue alertado por el Centro de Huracanes de Estados Unidos desde las 15 horas del 24 de octubre sobre los efectos devastadores de “un huracán extremadamente peligroso”. ¿Cuántas vidas pudieron haberse salvado si la Sedena hubiera hecho “con tiempo” su trabajo?
Contrariado por los reclamos, el presidente decidió montar un espectáculo la tarde del 26 de octubre. Con la Autopista del Sol bloqueada por los deslaves, se fue por tierra para encontrarse con su destino: pronto el Jeep en el que viajaba quedó atascado en el lodo en medio de la nada; sus peores críticos no pudieron encontrar una mejor metáfora, “AMLO se convirtió en un damnificado VIP”. Después de una breve caminata entró en una ciudad sumergida en la desesperación por la oscuridad, los saqueos y la rapiña, abordo de un camión de redilas llevando en la carga a los secretarios de la Defensa y la Marina. La imagen más surrealista en la historia de los sexenios de México.
Llegó el primer fin de semana después de la catástrofe. La Sedena informó que se habían repartido 8 mil 170 despenas para una masa de damnificados –la cifra oficial ni siquiera existe al día de hoy– de al menos medio millón de víctimas del huracán más poderoso que haya tocado las costas del pacífico mexicano.
Los días transcurrieron en medio de la oscuridad y la penumbra. La ayuda humanitaria ha llegado a cuentagotas, el servicio eléctrico –al corte de esta edición– en cifras alegres se ha restablecido en un 75 por ciento. Y, sin embargo, una luz se abre en el horizonte: lo que la Secretaría de Hacienda y Crédito Público no hizo durante la pandemia, lo hará en Acapulco con un cóctel de inversión pública e incentivos fiscales por más de 61 mil millones de pesos. ¿Cuánto se embolsarán, gracias a los buenos oficios de las adjudicaciones directas, los terceros implicados?
Por Enrique Huerta