Sergio pagó con su vida, el descuido de otros

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Por Patricia Estrada

La hija más pequeña de Sergio esperaba a su papá como cada semana cuando su trabajo en la Ciudad de México le permitía regresar a casa, sin embargo pasó llorando varias noches por su muerte a causa del maldito Covid-19.

Era un hombre de 48 años de edad, chef de profesión, padre de dos niñas, esposo de una maestra muy trabajadora e hijo de una mujer mayor que era su único sustento emocional. En menos de una semana, enfermó y falleció en un hospital de Puebla.

Varios días permaneció confinado en la habitación de su hogar hasta que requirió ser intubado. Todo pasó tan rápido que su familia apenas pudo asimilarlo. Es verdad que presentaba hipertensión y obesidad pero el coronavirus aceleró el deterioro de sus pulmones.

En su trabajo era muy cuidadoso de los protocolos sanitarios pero en el aeropuerto de la CDMX -con tanta movilidad y gente desobligada con el uso del cubrebocas- pudo haber contraído el virus, de modo que Sergio fue una víctima de tercera ola del Covid-19 que el pasado 22 de julio rebasó la cifra de 16 mil casos diarios en el país, el pico más alto de la enfermedad en lo que va del 2021.

No sé cómo describir la acción más conmovedora de esta historia. En la mesa de su recámara acomodó los documentos que su esposa debía presentar ante su patrón para hacer válida la pensión por viudez. Firmó otros papeles importantes y dejó en orden su expediente. Hasta en los últimos momentos y antes de abandonar su casa, Sergio pensó en proteger a su familia, quizá presentía la muerte.

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Este domingo que vi a un hombre entrar sin cubrebocas a la farmacia y un empleado le negó el acceso, me generó rabia su contestación ¡Ya que¡ y su mueca de molestia. Como si un año y medio de pandemia con más de 2 millones 741 mil contagios y arriba de 238 mil muertos fueran insuficientes para entender el estado de emergencia.

Es por eso que indigna vivir entre ignorantes y desconfiados de la vacuna antiCovid, sin darse cuenta que el virus es mortal y en especial la variante Delta, con un periodo de incubación más corto pero cargas virales mayores.

A estas alturas el descuido de uno puede significar la muerte de otras nueve personas y no es justo que la vida se detenga cuando hay quienes tienen motivos para vivirla intensamente.