La expresión “pedagogía de la crueldad” originalmente pertenece a Rita Segato: una antropóloga de origen argentino que en los últimos años ha trabajado con éxito la correlación entre violencia neocolonial y capitalismo. Según la óptica de sus escritos:
«La repetición de la violencia produce un efecto de normalización de un paisaje de crueldad y, con esto, promueve en la gente los bajos umbrales de empatía indispensables para la empresa predadora. La crueldad habitual es directamente proporcional a formas de gozo narcisístico y consumista, y al aislamiento de los ciudadanos mediante su desensibilización al sufrimiento de los otros».
Desde luego la cita viene a cuento porque no hay nada en Puebla que exprese mejor el fenómeno viral de esta semana que la expresión “pedagogía de la crueldad”. La indignación que desataron ocho jóvenes privilegiados, sin armas blancas, golpeando a patada y puño limpio a uno de sus compañeros de universidad, a las afueras de un antro en la zona de Angelópolis, es el retrato vivo del texto de Segato.
¿Por qué en una entidad cuya estrategia de seguridad ha sido rebasada por la delincuencia organizada, donde a diario la nota roja se ve colmada por los sustantivos de la violencia –embolsados, emplayados, degollados, decapitados o ejecutados– terminó alarmándose por un hecho ciertamente condenable, pero de mucha menor escala de peligrosidad que todas las anteriores? Quizá porque en Puebla hemos «normalizado el paisaje de la crueldad».
¿Por qué una universidad privada, de recocido prestigio, tiene que tomar como un asunto disciplinario un tema de procuración de justicia que, no sólo no ocurrió en horario escolar o al interior de sus instalaciones, sino que es un problema que compete exclusivamente a la Fiscalía General del Estado? Ya dimos la respuesta: «la crueldad habitual es directamente proporcional a formas de gozo narcisista y consumista», sobre todo donde el avatar hiperconectado del siglo XXI es incapaz de distinguir el límite entre lo público y lo privado; en consecuencia, para una universidad de renombre, guardar silencio o mantenerse ajena a la indignación popular, también es motivo de escarnio.
La mañana de este lunes los poblanos nos despertamos con la noticia de la ejecución de un motociclista en el Periférico Ecológico, a unos kilómetros de los ocurrido –y casi a la misma hora– estaba convocada una manifestación en apoyo al evento viral en cuestión. Como era de esperarse la nota del motociclista no sobrevivió a la mañana siguiente, tampoco hubo mayores boletines ni comunicados de las autoridades prometiendo acelerar las investigaciones para llegar a una justicia pronta y expedita.
¿En qué se funda la selectividad de la indiferencia? Si la riña hubiera mandado al hospital a un joven a las afueras de un sonidero en Amalucan, ¿los poblanos se hubiera indignado de la misma manera? ¿Acaso nos encontramos frente a la típica escena de la solidaridad de los oprimidos frente la tragedia de los privilegiados? ¿O lo que realmente nos aterroriza es que la barbarie en México no reconoce ningún status? No lo sé, dígame usted mismo.
Por Enrique Huerta